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Para crecer y crear, algo se tiene que romper.

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Nos han enseñado a ver el crecimiento como algo lineal, progresivo, incluso cómodo. Como si avanzar fuera simplemente sumar logros, coleccionar metas, construir sin perder. Pero la verdad es otra. Una verdad más cruda, más honesta, más humana:


Toda transformación real implica una ruptura interna.

Crecer no es solo ganar.

Crecer también es perder: certezas, identidades, vínculos, versiones de uno mismo que ya no encajan. Es romperse, a veces en silencio, otras con lágrimas, con rabia, con miedo.


El crecimiento es un acto de destrucción

Hay una verdad que todo el que va al gimnasio sabe: para que un músculo crezca, primero debe romperse. Literalmente. Durante el esfuerzo físico, las fibras musculares sufren pequeñas rupturas. Y es justo en ese daño, en ese proceso de reparación, donde nace la fuerza.


Lo mismo ocurre con nosotros.

Con nuestras emociones.

Con nuestra historia.

Con nuestras heridas.


💥 Romperse para crecer

El alma también entrena.

A veces a través de pérdidas.

Otras a través de cambios inesperados, rupturas, silencios, finales que no vimos venir.

Y duele. Porque no la mayoría de las veces no lo elegimos. Porque no estábamos listos.


Pero si lo miras con honestidad, descubrirás que todo lo que te ha roto, también te ha enseñado algo de ti que no sabías.

El dolor tiene esa capacidad brutal de confrontarnos con partes nuestras que estaban dormidas, escondidas o reprimidas. Y al igual que en cualquier entrenamiento, la incomodidad no es el enemigo, sino el catalizador de algo más grande.


Al principio, todo cuesta.

Las emociones también. La mente se resiste. El corazón quiere volver siempre a lo cómodo a la mayor brevedad. Pero si permaneces, si respiras, si eliges avanzar a pesar de la incomodidad… algo cambia, lo resultados aparecen.


Entonces, crecer duele. Pero duele porque estás transformándote. Porque estás haciéndote más fuerte.


Cada experiencia difícil es, en el fondo, un entrenamiento silencioso del alma.

No lo ves de inmediato. Pero un día despiertas y te das cuenta de que ya no reaccionas igual. Que algo en ti se ha vuelto más firme, más sabio. Eso también es fuerza.


El crecimiento que transforma de raíz no es suave, es profundo.

El crecimiento verdadero no ocurre en la comodidad, ni entre aplausos.

Ocurre en las grietas. En los derrumbes. En esas noches en las que ya no sabes quién eres, pero sabes que no puedes volver a ser quien eras.


Es ahí donde algo nuevo comienza a tomar forma.

No desde lo perfecto, sino desde lo honesto.

Desde lo que se cayó, lo que se quemó, lo que ya no sirve… y duele dejar ir.

Estás comenzando de nuevo.

Estás creciendo. De verdad.


 
 
 

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