La era de la inmediatez
- Raúl Alvarado

- 15 may 2023
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 28 feb

La próxima vez que entres a un elevador observa cuál es el botón más desgastado de todos, y muy probablemente te darás cuenta que es el botón de cerrar. En promedio, a las puertas de un elevador le toma cerrarse entre 4 o 5 segundos, pero al parecer eso nos parece mucho tiempo y presionamos una y otra vez el botón, supongo que porque pensamos que se cerrarán más rápido.
Hemos perdido el sentido de la paciencia, de serenarnos, vivimos la era de la inmediatez: lo queremos todo aquí y ahora; y nos olvidamos que muchas cosas suceden de una forma paulatina, de una forma progresiva, que tenemos que mantener y revalorar esa ilusión, esa perseverancia y esa constancia a lo largo del tiempo para ver y valorar los frutos de nuestra dedicación, de nuestro esfuerzo.
Hemos caído en una vida de ilusiones que rigen nuestra vida, a través de dispositivos que nos hacen fluctuar en una “era del vacío”. Por un lado, nos encontramos inmersos en un consumismo desenfrenado a través del cual desechamos la mayoría de lo que adquirimos, física y emocionalmente. Ya no es suficiente contar con la posibilidad de cubrir alguna de nuestras necesidades, sino poseer aquello que está “a la moda” y que va acorde con una identidad frágil y cambiante, inestable.
Los avances tecnológicos, y que en un inicio fueron concebidos con el afán de servir como herramientas para el ser humano, se han convertido en una producción en masa, que únicamente busca el beneficio propio y ha instaurado la idea de “lo obsoleto”, nulificando todo aquello que representa durabilidad. Esta instantaneidad no es sólo un efecto virtual y tecnológico, sino que crea sus propias patologías: accidentes, aumento de enfermedades y muertes, cuadros de estrés, ansiedad y de hiperactividad, incremento de reacciones violentas o de riesgo. Se trata, de una nueva relación con este nuevo tiempo hiperactivo en el que la espera parece una pérdida insoportable.
Fue la modernidad quien inventó el reloj y lo incluyó primero en el mundo laboral, como contabilizador de los tiempos de producción, y luego en la vida social. Hoy el tiempo es básicamente el presente, el aquí y ahora, despreciando el pasado como estorbo y atadura, y el futuro como algo incierto. Esperar es una condición para el pensamiento y la creación, pero esta prisa crónica no hace más que reforzar la insatisfacción, el resultado inmediato al haber eliminado el intervalo necesario para el disfrute entre una versión y otra.
Hoy en día todo lo queremos rápido y nos frustra cualquier atraso.
¿Por qué queremos todo más rápido? Es probable que vivamos en una ilusión inconsciente de que si corremos podremos hacer más, lograr más, llegar más lejos.
Pero la realidad es que por trabajar más no necesariamente vamos a generar más: Investigaciones de la empresa Gallup encuentran que después de 55 horas de trabajo en una semana la productividad se cae. Este estudio menciona que una persona que trabaja 70 horas a la semana no produce prácticamente nada adicional con esas 15 horas extra.
Nuestro enfoque no debería ser el buscar hacer más, sino concentrarnos en hacer muy bien aquello que genera más valor. Y lo paradójico de esto es que muchas veces eso que genera más valor requiere que nos detengamos y pensemos, las mejores ideas llegan cuando nuestra mente está en calma.
La prisa es el estilo de vida de los pollos sin cabeza.
Cuánta gente anda corriendo de un lado para otro sin saber a dónde va ni a qué ha ido, sin llegar a valorar si necesitaba ir de prisa o si podría haber hecho lo mismo a otro ritmo. La prisa no es un valor añadido. Nadie es mejor profesional, ni mejor persona, ni llega más rápido a sus metas por ir deprisa. La mayoría de las veces, ir deprisa no implica caminar más rápido o pensar de forma más ágil. Sólo significa estar y sentirse internamente acelerado.
Muchas personas viven aceleradas e instaladas en la "prontomanía", en la necesidad de contestar a todo de forma inmediata como si no hubiera un mañana. Da la sensación de que la prisa da prestigio porque indica que se está ocupado, muy ocupado, y eso se interpreta como que se es un gran profesional, y eso es falso.
Por el contrario, muchas veces la velocidad puede ser sinónimo de mala gestión del tiempo, de desconcentración, de olvidos y desequilibrio personal y profesional. Mucha gente no dejaría sus asuntos importantes en manos de alguien que no tiene cinco minutos para respirar y sonreír, para preguntar cómo estamos, para hablar de forma consciente un momento de lo verdaderamente importante.
La persona que convive con prisa lo hace también con el estrés y la ansiedad, no disfruta del momento porque está anticipando el futuro, pero sin dejarlo llegar. Deja la vida pasar porque no observa lo que ocurre en el presente y no escucha lo que le dice la gente porque su cabeza está a mil revoluciones.
La prisa llega a convertirse en un estilo de vida. De hecho, mucha gente no sabe qué hacer con su tiempo libre cuando lo tiene. Estar desocupado les produce malestar, sensación de pérdida de tiempo, incluso falta de autoestima, porque “¿cómo puede ser que no esté haciendo ahora algo, qué dice eso de mí?”. Para este tipo de personas, el aburrimiento es algo desagradable, vacío y sin sentido. Por eso siguen corriendo aunque ni siquiera sepan hacia dónde.
En este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas.
La vida va deprisa y todo lo que nos rodea está diseñado para que todo sea rápido, accesible e inmediato. Tenemos en un clic cualquier información que deseamos. Podemos comunicarnos con alguien que está en la otra punta del mundo en un segundo. Podemos obtener cualquier producto directamente en internet, y muchos incluso el mismo día.
Toda ésta idea de tenerlo todo y tenerlo ya, a veces nos separa de la práctica de la paciencia y el esfuerzo, y sin esa paciencia y ese esfuerzo somos distintos, peores, practicamos menos la empatía y nos cuesta más fluir. Nos han acostumbrado a tenerlo todo y tenerlo rápido y eso nos afecta en muchos ámbitos de nuestra vida que nos pasan totalmente desapercibidos.
Nos afecta en nuestras relaciones, en los cambios en nuestra vida, en la percepción de crecimiento de nuestros hijos y nuestros padres, nos afecta en nuestros proyectos y en nuestros trabajos. Queremos hacer dinero rápido, bajar de peso rápido, queremos ese ascenso rápido, queremos el éxito y la fama rápido, que el uber llegue de inmediato, que nos sirvan lo que ordenamos rápido, que el celular cargue en 5 minutos, que nos respondan al instante los mensajes, que el internet no sea lento y que vaya a todos lados con nosotros; cambiamos de trabajo, cambiamos de pareja, cambiamos de lugar de residencia, cambiamos de amistades, de look, de creencias, de afinidades, de ideologías, de personalidad, de preferencia sexual, de carrera, de religión, de prioridades, empezamos cosas nuevas pero casi nunca las acabamos porque llegan otras.
De alguna u otra manera, el cambio no es lo malo, sino el tiempo tan corto en el que se da. Tan vertiginoso y abrupto, que ni siquiera se llega a tener la comprensión exacta de todo lo que conlleva.
En los tiempos actuales, se está perdiendo el valor del esfuerzo, y la sociedad del "aquí y el ahora" es cada vez menos tolerante ante la frustración. Queremos todo a corto plazo porque lo saboreamos más rápido, pero se acaba pronto. Las grandes satisfacciones, se van cultivando con el paso del tiempo.
¿Qué hacer entonces?
¡Para! Frena, contempla, mira a tu alrededor y levanta el pie del acelerador. Tienes derecho a elegir el ritmo que quieres imprimir a tu vida, a tener tiempo para ti, para pasear sin rumbo solo por el placer de hacerlo. El tiempo no es algo que debas consumir en grandes cantidades y a borbotones.
El tiempo es algo para saborear, incluso cuando tienes que entregar un informe de forma urgente. Pregúntate: ¿La calidad de ese trabajo será mayor si lo redactas rápido? ¿Encuentras mejores soluciones? ¿Eres más creativo? La respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no.
A diferencia de la idea que han puesto de moda del "multitasking", por diseño y biología, el ser humano está hecho para atender una cosa con enfoque a la vez, hacer cientos de cosas medianamente enfocados es como no hacerlas.
Pero las personas con calma, las que optimizan y organizan su tiempo para trabajar y disfrutar de la vida en todos los sentidos ¿Cómo lo consiguen?
Prioridades. ¿Qué es importante y qué no lo es? Es una pregunta difícil a la que cada uno contesta de forma diferente porque depende de una escala de valores personal. Para unos es la familia; para otros, el trabajo o la propia felicidad. La respuesta no importa porque ninguna de ellas es buena ni mala. Lo que sí interesa es ser coherente y actuar conforme a lo que cada uno establece como relevante. Si crees que la familia es lo más importante, pero dedicas todo tu tiempo al trabajo, andarás corriendo para sacar un momento para lo que supone es tu prioridad. Ordena tu agenda en función de tus preferencias, con sentido común y responsabilidad.
Límites. Se ponen límites en los horarios. Establecerlos nos ordena y agiliza la mente. Saber que a una hora concreta el trabajo tiene que estar acabado centra la atención en la actividad. Si ese límite no existe, el cerebro se dispersa porque sabe que dispone de todo el tiempo del mundo para resolver lo que tiene entre manos. Los límites permiten prestar atención a lo importante; sin distracciones que exijan recomenzar el proceso de calentamiento para concentrarnos en la actividad que es realmente prioritaria. Cada vez que rompes el proceso de concentración, enlentece la tarea, y luego llegan las prisas para acabarlo todo. Te quedas en la oficina más tiempo del que desearías, retrasas el trabajo y el descanso y al otro día vuelves a correr y repetir el ciclo por no gestionar bien el tiempo.
Decir NO. La conducta servicial no puede convertirse en actitud servil. Si antepones los deseos de los demás siempre antes que los tuyos, no llegarás a poder gestionar tus asuntos. Tus actividades y tu relajación son importantes. Esta situación lleva a una vida insatisfecha, en la que predomina la idea de que no tienes espacio para ti mismo y de que tus actividades no son importantes. Muchas personas piensan que dedicarse tiempo es egoísta, porque son ratos que podría invertir en los demás. Pero no es así. Tu bienestar psicológico y físico son proporcionales a tu capacidad de disfrute.
Desconectar. Del móvil, del WhatsApp, del trabajo, del correo electrónico, de todo lo que les impide disfrutar de otros momentos. Uno de los usos negativos de la tecnología es convertir todo en algo inmediato. No estás obligado a contestar todo al instante. La mayoría no son urgentes. Si lo fueran, te llamarían. Eres tú quien ha decidido que tiene que responder a todo con prisa porque has elegido ese hábito, porque no tienes paciencia o porque crees que podrían molestarse. Aprende a retrasar, sobre todo si en ese momento estás realizando otra actividad que requiere de tu atención, sea o no sea urgente.
Bienestar. Utilizan técnicas que permiten relajarse y sentirse aliviados. Yoga, pilates, deporte, un baño de agua caliente, una llamada de teléfono larga y relajada, una copa de vino, una caminata. Para estos momentos siempre hay un espacio. Se trata de repartir las horas de forma que las obligaciones y el ocio estén equilibrados. Ocio no significa pérdida de tiempo, es otra idea que nos ha instalado la vida moderna.
No buscar la perfección. Buscan estar a gusto con sus vidas. Hay personas que buscan mejorar, crecer y superarse. Y hay otras que se obsesionan con que todo sea perfecto y esté controlado. La perfección no existe, ni en la tecnología, ni con nuestro físico, ni en la destreza o habilidad para desarrollar un deporte. Perderás mucho tiempo intentando que algo sea perfecto. Basta con que esté bien, con que lo disfrutes, no necesitas que sea perfecto. Es más, muy poca gente será capaz de apreciar ese nivel de excelencia al que has dedicado tantas horas y que te ha impedido alcanzar el punto anterior: relajarte y desconectar.
Fluir. Están presentes, disfrutan y observan lo que acontece a su alrededor. No buscan o piensan qué hacer a continuación, sino que se dejan llevar por el momento. Dedican tiempo a la vida contemplativa. Para disfrutar del momento, debes estar en el presente, en el “esto, aquí y ahora”. Repetirse estas palabras de vez en cuando te permitirá recordar la importancia de los detalles, de atender el momento presente en lugar de anticipar, adivinar o preocuparse por el futuro.
El tiempo que ganas yendo deprisa, nunca compensará lo que te hará ir perdiendo. Los mejores momentos, los mejores proyectos, los mejores amores, las mejores relaciones y las mejores comidas se cocinan a fuego lento.




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