El niño que llevamos dentro
- Raúl Alvarado
- 15 abr 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 28 feb

Todos llevamos dentro el niño que alguna vez fuimos con sus ilusiones, deseos, aptitudes... y también sus heridas.
El niño que llevamos dentro. El que en algún momento olvidamos. El que se pierde en la estructura. A él conviene rescatarlo. Pero no tanto por conservar el apetito de diversión, sino porque tiene soluciones que el adulto desconoce. Él resuelve con la imaginación, detona historias enteras a partir de un símbolo; el adulto destruye, aniquila ideas con la camisa de fuerza de la costumbre. Uno propone, el otro bloquea. La asociación tendría que ser evidente. Los dos pugnan por las soluciones libres. Los dos van con la creatividad como bandera. El que imagina un mundo a partir de un oso de peluche y el que simplifica un concepto de mil piezas en un símbolo que lo dice todo.
En algún punto el proceso se invierte, pero el resultado es igual de extraordinario. El niño toma lo simple y lo materializa en posibilidades infinitas; el adulto sobrevive a la complejidad de su entorno y de su cabeza para tomar atajos que le hacen más fácil la vida. El orden de los factores no altera el producto. Lo difícil que se hace simple y lo simple que se hace complejo dan como resultado la felicidad.
Los hombres y su eterna contradicción. Vivimos deseando volver a ser niños.
Lo repetimos varias veces. Lo pensamos siempre. Volver a ese tiempo en que sonreír dependía de un videojuego. Regresar a una época en la que un examen es la mayor preocupación. Al adulto le avergüenza poner manos a la obra. Le incomoda jugar como antes, aún cuando las circunstancias se presten. Le apena lo que ignora, como si no fuera esa ignorancia la que en su infancia lo llevó a imaginar los mundos que ahora echa de menos. Y dado que le apena lo que ignora, también le apena aprender. Prefiere morir como ignorante que envejecer como estudiante.
A mayor edad, menor voluntad. Los años castigan al cuerpo, pero también al alma.
El adulto que ha olvidado lo simple vive en medio de expectativas. Su lugar en sociedad está más relacionado a lo que otros piensan de él que a lo que él piensa de sí mismo. No volar en paracaídas. No aprender el idioma que siempre debió saber. No montar a caballo porque de niño nunca lo dejaron hacerlo. No intentar ser lo que un día quiso y al final no fue. Muere dos veces. Primero a través de los sueños incumplidos; después, con la muerte física.
Es posible volver a ser niño. Estoy convencido: convirtiendo el caos en simpleza. Si en dibujo unas cuantas bolitas y palitos pueden representar un ser humano, en la vida un problema tiene dos caminos posibles, el de la angustia y el de la simplificación. El adulto tiende al caos, a la destrucción, al pesimismo. El niño a la propuesta, a la construcción, al optimismo.
¿CÓMO PODEMOS RECUPERAR NUESTRO NIÑO INTERIOR?
De niños, todos hemos sufrido carencias. Todos hemos tenido cuestiones que los adultos que nos rodeaban no pudieron satisfacer o que consideraron que debían ser relegadas para conseguir una mejor educación. Estas necesidades todavía laten dentro de nosotros y buscan ser satisfechas. Si no nos detenemos a escuchar qué nos dice y qué necesita nuestro Niño Interior, nos encontraremos a menudo, una y otra vez, en la misma situación, intentando satisfacerlas por caminos indirectos, rebuscados y, con frecuencia, tortuosos.
Porque nuestro Niño Interior posee todas las características que cada uno de nosotros tenía de pequeño: nuestros gustos, nuestras ilusiones, nuestras aptitudes, pero también nuestras carencias y necesidades.
EL GUARDIÁN DE NUESTRAS ILUSIONES
En el Niño Interior reside toda nuestra autenticidad y espontaneidad; nuestras ilusiones y nuestros deseos más profundos yacen en él resguardados de todos los mandatos que hemos interiorizado y de todas las renuncias que hemos hecho para “adaptarnos” o para “encajar”.
Por eso, cuando nos desconectamos del Niño Interior, muchas veces nos quedamos sin motivación, inhibidos, sin saber cómo continuar: hemos cortado lo más vital de nuestro ser, la parte que pugna por crecer y descubrir. Podemos también quedar atrapados por la timidez o la falsedad, dos modos de ocultar lo que verdaderamente somos.
Si hemos enterrado a nuestro Niño Interior en un lugar demasiado profundo, la vida comenzará a parecernos anodina, pues es él quien posee la capacidad de asombro, es él quien puede maravillarse frente a las cosas más sencillas y encontrar el valor que la vida tiene por sí misma sin ni tan siquiera preguntarse por ello.
REPITIENDO VIEJOS PATRONES
A menudo nos avergonzamos de este aspecto de nosotros mismos, de la vulnerabilidad, de la dependencia, de la ingenuidad. Y entonces, hacemos con nuestro Niño Interior lo mismo que hicieron los adultos con nosotros cuando éramos pequeños: ignoramos sus necesidades. Le decimos: “¡Crece ya de una vez!”, “¡No estás ya para andar con estas niñerías!”.
Si, de niños, fuimos criticados, criticamos también.
Si fuimos maltratados, maltratamos.
Si fuimos abandonados, abandonamos.
Si fuimos relegados, relegamos.
Entretanto, cada vez más aterrorizado, nuestro Niño Interior se va escondiendo en un lugar cada vez más profundo hasta que ya no podemos escucharlo y nos olvidamos de que existe e incluso de que alguna vez existió.
APRENDER A ESCUCHARNOS
Si queremos llevar vidas íntegras, en las que exista la posibilidad de un desarrollo verdadero, deberemos llegar hasta nuestro Niño Interior y escuchar qué es lo que tiene para decirnos, y comprometernos en la tarea de sanar las heridas.
Lo cierto es que no hay recetas universales sino que cada uno tendrá que buscar su propio modo. Pero la mera intención de encontrar a nuestro Niño Interior ya nos acerca bastante a nuestro objetivo. Hay quienes lo han descubierto volviendo a ver las fotografías de cuando eran pequeños o recorriendo las calles de su infancia. Hay quienes han podido encontrar las necesidades de su infancia preguntándose simplemente: “Si mi Niño Interior hablase, ¿qué me diría que le hace falta? ¿Qué le gustaría?”
SANAR VIEJAS HERIDAS Y VOLVER A LA INOCENCIA
Sea cual sea la manera que utilicemos para comenzar a escuchar a nuestro Niño Interior, debemos prestar siempre mucha atención a sus heridas y asegurarle que lo escucharemos sin juzgarlo, intentando comprender qué es lo que realmente necesita.
Una vez hayamos identificado esas necesidades, debemos hacerle saber una cosa muy importante:
Solamente hay un adulto que puede darle al niño que fuimos aquello de lo que careció. Esa persona somos nosotros mismos. Ningún otro más que nosotros mismos puede hacerlo.
Nadie podrá amarnos incondicionalmente
Nadie podrá aceptarnos absolutamente tal y como somos
Nadie podrá tener en cuenta todos nuestros deseos
Nadie podrá no relegarnos jamás
Nadie podrá estar con nosotros siempre
El adulto que hoy somos debe ocuparse de aquel niño que fuimos, de aquello que los adultos de entonces no supieron, no pudieron o no quisieron darnos.
Ni nuestros padres, ni nuestra pareja, ni ninguna otra persona puede reemplazarnos en esta tarea, que está pura y exclusivamente a nuestro cargo.
Puede que sea un trabajo arduo, que no esté exento de dolor o de angustia, pero la recompensa que obtendremos será grande, pues quizá descubramos que nuestra vida está de repente llena de vitalidad y de inocencia.
Tal vez nos sintamos entonces más libres y livianos, capaces de jugar y de divertirnos de nuevo con nuestro cuerpo y con nuestro espíritu, y descubramos que una energía desconocida nos recorre; sabremos entonces, que nos llevamos de nuevo de la mano.
Feliz Dia del Niño a l@s niñ@s de todas las edades.
Opmerkingen